miércoles, 27 de julio de 2011

Regreso involuntario

¡Estoy tan harta de la crisis!

Por más que leo que la situación económica, no solo del País sino del mundo, ha mejorado, yo no veo reflejada tal conclusión en mi bolsillo.

Digo, pobre pobre no estoy, pero tampoco me sobra. ¡Y uno trabaja tanto!

Cada vez, somos más los que tenemos más de un empleo.  Yo tengo tres y ahí la llevo. Hasta ahí, “todo bien”. 

Sin embargo, ayer me enteré de algo que me dejó realmente en shock y muy apesadumbrada.

La semana pasada, mamá regresaba de la tienda que está por la Medalla Milagrosa, la iglesia a la cual pertenecemos, y me dijo:

“Creo que vi a César afuera de la Iglesia”.

La verdad y siendo una mala hija, no le puse cuidado al comentario.  Es más, no le dije absolutamente nada. Pensé que había alucinado o que su vista la había traicionado.

De César he platicado un poco acá. Él es un vecino de toda la vida y desde hace 17 años es misionero laico en Mozambique.

Su labor es ser guía, promover la salud y hacerla hasta de papá de niños huérfanos víctimas del VIH que les arrebató a sus padres.

Así ha vivido casi dos décadas.

Venía a Monterrey a ver a su familia cada tres años o a veces en más tiempo debido a circunstancias económicas adversas.

Recién lo despedimos el Jueves de la Semana Santa de 2011 y yo me convertí en un corderillo sin brújula.  Apenas en esta su última visita pude convertirme en su amiga y no solo ser su vecina.

Ayer fui al OXXO a hacer una recarga a mi celular y pasé por su casa que está ubicada en una calle céntrica algo transitada.  Ahí lo vi.  No pude detenerme y casi me estampo con la parte trasera de un camión.

Llegué a casa como gallina descabezada y le marqué a la suya.  Él me contestó.

Me contó que él y otros misioneros se habían regresado porque no hay dinero para ellos (para malcomer y mal vivir) y por consecuencia tampoco hay para ayudar a los hermanos africanos.

Me dijo que no tiene fecha de regreso y mucho menos boleto.

Lo que me da tristeza es que hay gente que se enriquece ilícitamente y a nuestras costillas cuando hay gente interesada solo en ayudar y no puede hacerlo porque no hay cómo.

Ellos viven con menos de dos mil pesos al mes y así se había mantenido allá a lo largo de todos estos años.

En el fondo, me siento afortunada de que esté acá y se lo dije.  Le dije que aquí también lo necesitábamos y que ya veríamos la forma de ayudarle.  Pero no dejo de pensar en Euinicie y Nelson, los chicos que quieren a César como a un padre.  Seguro lo están extrañando muchísimo.

En fin, ya me desahogué...


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