Tengo cuatro años, casi cinco, empapándome de información sobre mecánica automotriz por cuestiones laborales.
Hasta ahora puedo mantener una conversación de muy buen nivel con mecánicos. De hecho, le he tomado un poco de cariño al tema, es sumamente interesante (otra cosa más para que amigas como Vanah, piensen y me externen su idea de que soy “un vato” atrapado en el cuerpo –cuerpazo, -ajá-,- de una mujer, pues me gusta el automovilismo deportivo, el futbol y otro tipo de deportes masculinos que aprendí a tomarles cariño cuando era periodista de ese giro).
Soy propietaria de un auto que no recomiendo en lo absoluto en ninguno de sus modelos, los Platina, pues aunque son muy ahorradores de combustible, lo cierto es que tienen dolencias muy marcadas que tarde o temprano dan un tipo de guerra que te deja no solo a pie frecuentemente, sino que para volver a tenerlo debes hacer gastos estratosféricos.
De hecho, por esta razón, mi auto blanco ha sido mi principal fuente de inspiración para los temas que toco en la página de mecánica automotriz.
Hoy en la mañana llegué a una gasolinera que queda muy cerca de mi nuevo trabajo, solo iba a cargar algo de gasolina (una nada), cuando el despachador me pidió abriera el cofre para checar toooodos los niveles habidos y por haber pues “es parte de su servicio”.
Regularmente me niego a ese tipo de verificaciones por que siempre tengo prisa, casi nunca me sobra para la propina y por que no quiero perder la costumbre de ser cliente de las reparaciones inesperadas, pues me gustan las emociones fuertes.
En fin, creo que me agarró de buenas y acepté su ofrecimiento, más que nada porque me pareció muy atento.
¡Oh sorpresa!, donde debería haber anticongelante había agua color café que salía como loca tan solo abrió el recipiente. Osea que Luis, quien me reparó el motor por la banda del tiempo, compostura que incluye de cajón un reemplazo de bomba de agua, lo rellenó de H2O y no de anticongelante como debe ser y como me lo cobró.
Pero eso no es todo, se acercó otro despachador y destapó el contenedor de líquido para la dirección hidráulica y le faltaba un bote de este aditivo. Luego checaron el líquido de los frenos, que debe ser cristalino como el agua y resulta que estaba gris, casi negro.
Así que me quitaron todo lo malo y pusieron todo lo nuevo que necesitaba.
Yo solo iba por 70 pesitos de gasolina y terminé dejándole al dueño de la gasolinera casi 500 pesotes.
Mi carro se ha llevado casi el 35 por ciento de mi liquidación.
Moraleja: En casa del herrero, cuchillo de palo.
Hasta ahora puedo mantener una conversación de muy buen nivel con mecánicos. De hecho, le he tomado un poco de cariño al tema, es sumamente interesante (otra cosa más para que amigas como Vanah, piensen y me externen su idea de que soy “un vato” atrapado en el cuerpo –cuerpazo, -ajá-,- de una mujer, pues me gusta el automovilismo deportivo, el futbol y otro tipo de deportes masculinos que aprendí a tomarles cariño cuando era periodista de ese giro).
Soy propietaria de un auto que no recomiendo en lo absoluto en ninguno de sus modelos, los Platina, pues aunque son muy ahorradores de combustible, lo cierto es que tienen dolencias muy marcadas que tarde o temprano dan un tipo de guerra que te deja no solo a pie frecuentemente, sino que para volver a tenerlo debes hacer gastos estratosféricos.
De hecho, por esta razón, mi auto blanco ha sido mi principal fuente de inspiración para los temas que toco en la página de mecánica automotriz.
Hoy en la mañana llegué a una gasolinera que queda muy cerca de mi nuevo trabajo, solo iba a cargar algo de gasolina (una nada), cuando el despachador me pidió abriera el cofre para checar toooodos los niveles habidos y por haber pues “es parte de su servicio”.
Regularmente me niego a ese tipo de verificaciones por que siempre tengo prisa, casi nunca me sobra para la propina y por que no quiero perder la costumbre de ser cliente de las reparaciones inesperadas, pues me gustan las emociones fuertes.
En fin, creo que me agarró de buenas y acepté su ofrecimiento, más que nada porque me pareció muy atento.
¡Oh sorpresa!, donde debería haber anticongelante había agua color café que salía como loca tan solo abrió el recipiente. Osea que Luis, quien me reparó el motor por la banda del tiempo, compostura que incluye de cajón un reemplazo de bomba de agua, lo rellenó de H2O y no de anticongelante como debe ser y como me lo cobró.
Pero eso no es todo, se acercó otro despachador y destapó el contenedor de líquido para la dirección hidráulica y le faltaba un bote de este aditivo. Luego checaron el líquido de los frenos, que debe ser cristalino como el agua y resulta que estaba gris, casi negro.
Así que me quitaron todo lo malo y pusieron todo lo nuevo que necesitaba.
Yo solo iba por 70 pesitos de gasolina y terminé dejándole al dueño de la gasolinera casi 500 pesotes.
Mi carro se ha llevado casi el 35 por ciento de mi liquidación.
Moraleja: En casa del herrero, cuchillo de palo.