jueves, 11 de agosto de 2011

No somos nada

Platicando hace unos minutos con un colega periodista del deporte motor, recordamos juntos a los que ya se fueron y les platiqué hace días en este rincón: Marcelo, Zamora y Carlos.

Y fue imposible no recordar un suceso nada agradable: la forma en que somos tratados por personal de las funerarias una vez fallecemos.

Es entonces cuando no quiero ni pensar si mueres de forma violenta y en cómo te tratarían los peritos, los del Semefo, los médicos legistas y los cuidadores de las “neveras” en las que la piel se convierta en cartón hasta que te carguen de nuevo en masa para depositar tus miserias en una fosa común, en caso de que tus familiares no extrañaran tu ausencia.

Esto que les contaré le sucedió a un deportista que no es ninguno de los tres que mencioné al inicio de mi entrada. Pero, por obvias razones, no diré su nombre ni su especialidad.

Murió joven y yo trabajaba en ese medio en el que no te puedes perder nada y debes hacer las guardias necesarias para que la nota y la foto no se te escape detalle a detalle.

Sus familiares decidieron cremarlo, así que me fui al panteón donde se realizaría ese proceso.

Inocente de mí.  Me bajé del taxi y caminé hacia el sitio donde estaba ubicada la cámara en la que se convertiría en polvo el atlético cuerpo de ese talentoso deportista.

Un hombre, supongo que era hombre, vestido totalmente de blanco de pies a cabeza, como esos que vemos en las escenas de los crímenes diarios, estaba solo programando la temperatura y el tiempo de “cocción” del difunto.



Yo, con las ropas simples que llevaba ese día, entré como si nada.

El tipo puso el grito en el cielo y me exigió que me saliera del lugar y me acompañó.

Me explicó que no podía entrar así nada más, que debía hacerlo con ropa especial, pues de esa forma, sin la protección como la que él usaba, podía enfermarme.

Obviamente no me explicó si eso pasaría porque me transmitiera alguna enfermedad nada más por entrar o si porque  los polvos o gases del cuerpo humano del ya fallecido podía entrar por la nariz o algún poro abierto de mi piel.

Salí.

Fueron más de cinco horas de espera, si mal no recuerdo.

El taxista, el fotógrafo, el del video y yo no nos movimos para nada del lugar, pero ya estábamos desesperados, así que nos paramos en la entrada del panteón cuando sale otro tipo de la cámara de cremación con un costalito en la mano.

Bien sonriente el tipo, hasta iba silbando una canción de moda, me vio y me dijo:

E.- “¿Usted es la reportera que está esperando los restos del deportista?”
Y.- “En efecto”.
E.- “¡Aquí está ya!”.

La última frase la rezó al tiempo que sonreía jocoso y levantaba con una de sus manos el costal, esa bolsa grisácea que acumulaba las cenizas de un deportista al que entrevisté varias veces en momentos de triunfo y gloria.

Sentí escalofríos.

El siguiente paso era llevar las cenizas a una funeraria en la que esperaba la familia a su ser querido.

Así que procedimos a dirigirnos al taxi para seguir el vehículo del fulano ése.

Yo no aparté la vista de esa persona.  Estaba en shock. Por más que quería mantener mi postura profesional, me conmovió la pérdida tan repentina de un hombre tan joven, con tantos proyectos y que recientemente lo había visto lleno de vida y ahora yacía en una bolsa pequeña de tela.

Me indignó el hecho de que el tipo que se había dirigido a mí aventó la bolsa al asiento del copiloto sin el menor cuidado y respeto.  Eso fue lo que más me pareció infame de su parte.

Peor me sentí al ver a la hermana, a la madre, al padre, esperando con ojos vidriosos a su ser querido y más eligiendo la urna en las que descansaría para siempre.

Hace un par de años, estuve a punto de arrancar un ambicioso proyecto en el periódico en el que colaboro y el tema con el que arrancaríamos sería el embalsamamiento de cuerpos y su preparación para ser velados.

Convencida estaba.  Gracias al cielo que las funerarias, muchas, muchísimas, se negaron a mi petición de presenciar tal trabajo y mucho menos, captar imágenes.

Ahora que recuerdo momentos como éste del mal-trato hacia los que ya se fueron en manos de quienes aquí siguen, creo que no lo hubiera soportado.

“Polvo somos…”

2 comentarios:

  1. Oye, pues te lei a las 6am, 8am alla, pero no te deje comment porque me volvi a dormir y ya ni me meti al internet.

    Ah jija... mira para que te des una idea, cuando lei el comienzo no me interezo mucho x qe no conozco a tus conocidos, pero luego me intrigaste, luego mas y el final quedo super bien rematado.

    Ah que si sabes escribir! Cuando sea grande quiero escribir como tu LOL

    Saludos de 20C jeje

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  2. Jajaja. Gracias, Nadia ;)

    Ele y Juan Pa

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