martes, 20 de marzo de 2012

Sufren sin sus damiselas



El domingo pude ver cómo se transformaron los domingos de dos hombres.

Fui a la audición de la Banda de Música de la Ciudad de Monterrey y me dio pena verlos tristes, desinteresados y por momentos ansiosos.

Uno de ellos, mamá y yo lo llamamos El Pachuco, pues le encanta el mambo, se viste como se vestían los hombres en las épocas de apogeo de ese género musical.  Pantalones “guangos”, de colores vivos como amarillo, azul eléctrico, rojo, naranja, camisas de botones y grandes cadenas cuelgan de su cuello y manos.  

Además, lleva siempre un mondadientes de madera asomándose de sus labios.

Su pareja era una mujer bajita, tanto como él, de larga caballera rizada de color negro azabache.  Los dos disfrutaban mucho bailar las dos horas de audición los domingos, incluyendo el intermedio en el que del sonido emanan notas musicales de música grabada.

Desconozco si los une algo más que su gusto por bailar, pero como pareja de baile eran perfectos. 

Un mal día, él acudió solo, sin ella.  Todo mundo lo paraba y le preguntaba y él sonreía nervioso explicando la razón por la que había acudido sin ella.

Eso fue hace aproximadamente unos dos o tres meses y ahora da pena verlo sin rumbo, pues desde entonces él no ha hecho siquiera el intento de reemplazar a su compañera.  Se pasa las dos horas caminando alrededor del área que hace las veces de enorme pista de baile bajo el Palacio Municipal de Monterrey.

Hoy, se ve triste y cuando se escuchan los primeros acordes de un buen mambo, el sólo voltea a todos lados, como buscando a su damisela perdida. Así pasa los tres o cuatro minutos de duración de la pieza musical.  

La banda cambia de ritmo y él vuelve al letargo.

El otro caso es del hombre mayor del que les platiqué aquí en octubre, en el post de Ya se ganó el cielo.

Él no ha faltado a la cita, acude acompañado de su mujer y ambos están sentados a un costado de la pista, esperando que la chica que le alegraba los domingos haga su aparición.

Pero nada se sabe de ella. Simplemente dejó de asistir, de hacer la buena obra del día: hacer feliz a este hombre de la tercera edad bailando casi toda la audición.

El domingo, pese a que la música era muy buena y el sonido muy intenso, el hombre prefirió dormir en su silla, mientras su esposa lo miraba de reojo como compadeciendo que de pronto haya cambiado el significado de los bailes para el hombre con el que ha compartido su vida.

A él, le pesa más hasta caminar, arrastra los pies.  Ahora parece indispensable el uso de su inseparable bastón, del que se desprendía con facilidad tan solo al ver llegar a la chica joven, su pareja de baile.

Es increíble cómo se van tejiendo historias en ese sitio. Es increíble cómo vas viendo el desarrollo de cada una de ellas, aún sin una versión oficial de los protagonistas.

¿Qué tantas otras historias, desconocidas para mí, se han escrito en estos próximos 32 años de audiciones ininterrumpidos?

Solo Dios sabe.

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